Es tarde. Los ojos me pican de sueño. Sin embargo no puedo posponer esta lectura. No sé lo que voy a encontrar en este montón de papeles que tengo enfrente, pero la curiosidad puede más que el cansancio. Aprovecho ahora que todo está tranquilo. La tele está prendida pero no la miro ni la escucho. Sólo acompaña.
Empiezo por el que está encima del pilón. Unas direcciones de mail antiguas, probablemente ya inexistentes, y unos banners en escala de grises aparecen sobre el papel. Sobre el margen derecho veo palabras cortadas, la impresión me robó el final de las frases. Y entonces como en una película el tiempo retrocede, y estoy de nuevo sentada en aquel escritorio, como hace ocho años atrás. " 15 de Noviembre de 2002" dice. Sí, exactamente ocho años el día de hoy.
Las palabras me golpean, me dan sopapos, me abruman, me inundan. No me reconozco en esas palabras. Intento, pero no lo logro. Es inexplicable la sensación de leerme sin reconocerme, y de leer lo que otro escribe sobre mí... para mí.
Hay tanto ahí, tanto, que algunas páginas no puedo terminar de leerlas. Me duelen. Me descubro llorando, al rato sonriendo, suspirando. Siento nostalgia por todo aquello, quisiera volver realmente el tiempo atrás y revivirlo. "Al lugar donde has sido feliz, no deberías volver jamás" se me viene a la cabeza. Una frase elocuente, certera, irrefutable.
Volver al lugar donde he sido feliz. Feliz como entonces. Estuve dormida, durante ocho largos años, y en vez de despertarme un príncipe con un beso, me despertó la helada cayendo sobre mi cuerpo desnudo. Injusto, pero cierto.
Llevo varias horas leyendo. Tengo sueño pero no quiero dormir. No quiero volver a dormir. Nunca más.