viernes, 22 de julio de 2011

Llueve sobre mojado


Había llovido a cántaros, todo el día y toda la noche. Las calles estaban intransitables. Sin darse cuenta siquiera se encontró en la vereda e intentó parar un taxi. Ninguno tenía la luz de libre encendida. Finalmente hubo uno. Se subió cuando ya casi se había dado por vencida. Se bajó en ese barrio desconocido, justo en la estación de servicio. Durante algunos minutos, no pudo precisar cuántos, caminó de esquina a esquina esa cuadra fatal. Pasó un muchacho y le pidió un cigarrillo. Ella le ofreció los que traía y él aceptó resignado. Se perdió por un rato en la espalda de ese desconocido que se alejaba. Quiso olvidar por qué estaba parada en esa esquina, con el pelo enrulado por la humedad, con el corazón galopándole en el pecho. No pudo. Ya estaba de nuevo parada frente a la puerta de reja negra. Tocó timbre varias veces hasta darse cuenta que no había luz. La casa parecía vacía, sin embargo no podía moverse de ahí. Aplaudió hasta que le dolieron las manos. Él apareció desde algún lugar de ese jardín laberíntico. La miró sorprendido, con ganas de salir corriendo en ese mismo instante. Ella reconocía esa mirada, ese pavor cada vez que él la veía. Sin embargo le abrió la puerta, la dejó pasar y se quedó a pasar la noche. La última, pensó ella. Pero se equivocó...