jueves, 11 de agosto de 2011

K.O.



Años de insultos atragantados, de noches soñando con lo que les diría si los tuviera enfrente. Adrenalina, pensó. El estómago inquieto, la furia subiéndole por el pecho, el corazón latiéndole fuerte y haciéndole arder el cuello y doler la cabeza. Sí, adrenalina. 

La enfermaban los débiles, los que insistían en aquello de poner la otra mejilla. Nunca, eso no era para ella. No vaya a ser que la tomen por estúpida. Ser tomada por estúpida era lo peor que podía pasarle. Ser estúpida no era tan grave, lo grave era que los demás se dieran cuenta de que lo era o peor aún, que lo dieran por sentado.

Esperaba como siempre la agresión, el golpe. Se mantenía alerta con los pies en movimiento, las manos protegiéndole la cara, el gesto duro. Así esperaba el derechazo que la tirara contra las cuerdas, que le quitara momentáneamente la conciencia, o que le permitiera soltar el manojo de lágrimas que se esforzaba por guardar.

Sin embargo escuchó un esbozo de disculpa y una pila de explicaciones. Bajó la derecha y luego la izquierda, pero mantuvo los pies en movimiento. No creía aun que pudiera confiar. Luego sintió como desparecía la furia, el ardor y hasta se cómo se apagaban los latidos que hasta hacía un momento le sonaban fuerte en los oídos. Sintió el alivio. Los pies quietos y el silencio.

La tensión se le fue escurriendo por el cuerpo. Sonrió. Ya no estaba enojada, ni con ellos ni con la vida. Y vió cómo ganaba su última pelea por knock out.