miércoles, 21 de diciembre de 2011

Wedding Plan



Durante un año preparó cada cosa con esmero. No había dejado nada librado al azar o los imprevistos. Desde el bordó y blanco de los manteles, combinados cuidadosamente con las rosas rojas en los centros de mesa, hasta los zapatos del padrino, todo pasó por ella.

Supervisó cada detalle casi hasta la obsesión. Guardó todos los presupuestos en una carpeta con la que dormía y llevó la cuenta de cada peso gastado en un cuaderno espiralado. Nadie nunca le había dicho que organizar una fiesta implicaba tanto esfuerzo. No es que hubiese creído que fuera fácil, mucho menos una fiesta de casamiento, pero entendió por qué tantas decidían contratar a una “wedding planner” en vez de meterse en este brete. Ella sabía que no hubiera podido dejar nada en manos de otra persona, y que de hecho, ocuparse de todo le permitía no pensar. Y eso era todo lo que necesitaba para concretar lo que alguna vez había querido tanto.

Se había imaginado un millón de veces cómo sería aquel día, de manera que intentó llevar a cabo todo de esa forma. El pelo recogido, el vestido sin breteles, los músicos tocando en vivo el Ave María cuando ella entrara a la iglesia… Sí, habían querido convencerla de que el Ave María no era apropiado para la entrada, pero a ella no le importaba. Así lo había imaginado y así sería.

Ensobró cada invitación y escribió a mano y con tinta dorada el nombre de cada invitado. La letra cursiva siempre le había salido bien, pero el contraste del dorado sobre el bordó parecía mejorarla. Se felicitó por la elección.

Grabó un disco con cientos de canciones en formato mp3, por si al disc-jockey se le olvidaba pasar alguna de las que a ella le gustaba, y tomó clases de baile durante dos meses para lucirse en el vals. Había preferido pollo, pastas y helados para el menú, y se aseguró de que no faltaran vino blanco, vino tinto y champagne. La barra libre garantizaba una fiesta divertida, y la fuente de chocolate era un lujo que quería darse desde que la había visto en aquella convención en San Francisco.

Fue al salón a vestirse esa tarde y se encontró con todo listo. El telón de estrellas en el lugar exacto donde ella lo quería, la banda armando su escenario justo frente al telón y al lado de la mesa principal. No estaba segura que fuese una buena idea eso de sentar a toda la familia junta, pero de otro modo no cabían el número impar de mesas que necesitaba para los invitados.

Entró al cuarto que habían preparado especialmente para ella, vio el vestido colgado, y no pudo esperar a abrir el cierre de la funda y tocarlo. Las piedras bordadas y el drapeado en plumetí; todo exactamente como lo había querido. Dentro de una caja, encima del dressoire, el ramo redondo de rosas rojas con la cinta de raso bordó completaban la perfección. Lo había logrado. 

Abajo la esperaban el auto antiguo color azul, y el fotógrafo para empezar a retratar el día más importante de su vida.

Cuando entró finalmente a la iglesia y lo encontró a él parado en el altar, emocionado hasta las lágrimas, se preguntó quién era y por qué lloraba el tipo parado al lado del cura. No lo reconoció, y tampoco supo que hacía ella ahí, pero sintió que debía entrar y así lo hizo.