domingo, 28 de octubre de 2012

Lo que no nos mata



Lejos de la melancolía dominguera, y con la maldición de no poder dormir en una cama ajena, me encontré  esta mañana otra vez con la mirada perdida, descansando en el techo. Él que abre los ojos y sonríe, y quiere saber y habla primero. Después tuve que hacerlo yo. Sentí que era un justo intercambio de confianza.

Balbuceé algunas palabras y sin embargo, mientras hablaba, sentí que no estaba hablando de mí. No es la primera vez que me pasa esto de sentir que estoy contando una historia ajena, de hace siglos, de otra vida diría si creyera en la reencarnación. La distancia prudencial y necesaria que uno toma de sí mismo al recordar ciertos hechos del pasado para que no vuelvan a atropellarnos. 

Así sucede más o menos siempre. Uno conoce a alguien, se dispone a hacerlo, saca una hoja en blanco y empieza a bocetar a este nuevo ser que aparece ante nosotros y que nos viene a contar una historia nueva, una historia que de una manera u otra, también escribiremos juntos durante algún tiempo. 

Sacamos el lápiz y comenzamos a dibujar. Hacemos un borrador de todas aquellas cosas que nos encantan. Es importante que algo nos encante... Lo demás puede apenas o gustarnos, fascinarnos o causarnos alergia, pero lo importante es que en ese boceto haya al menos algo que nos encante. Es un dibujo incierto, a mano alzada, de líneas y trazos inseguros, tenues. Hasta que aparece el pasado. Y el pasado dibuja con mano firme. 

Hay una historia detrás de cada ser, una historia que lo define. Hay una historia que también me define a mí, y que no sé si estoy aún dispuesta a contar con todas sus verdades, con todas las mías. Tampoco sé si es necesario... Cuando se descorre un poco el velo asoman fracasos, dolores, traiciones, abandonos, desamores, grandes y pequeños errores que nos desnudan rápidamente. No estoy lista para esto, pienso. 

Pero él habla. Descorre su velo con naturalidad y con una confianza que abruma, y yo empiezo a verlo desnudo por primera vez. A pesar de esas noches juntos, siento que es la primera vez que lo veo realmente. Y lo reconozco un sobreviviente, igual que yo. Creo que hasta usa esa palabra: "sobrevivir". 

No se puede hablar de amor. No se puede volver a soñar. Nada vuelve a ser lo que era una vez que el corazón se nos rompió en veinte mil pedazos. 

Lo que no nos mata... No nos hace más fuertes ni más sabios. Lo que no nos mata nos enseña a  endurecernos, a asegurarnos de que nada malo vuelva a pasarnos. Y por fuera se sobrevive, pero por dentro... 



lunes, 24 de septiembre de 2012

Attraction




Aquel día en que te dí esa carta escrita a mano, temblando, sentada en tu auto. Recuerdo que lloré un poco mientras te dije que estaba enamorada de vos, y te pedí que no te casaras. Ese día pensé que sería el último, que después de eso no había nada más que hacer. 

Lo pensé también aquella noche en que dormimos juntos por primera vez, dormir de dormir, de acostarme y cerrar los ojos y caer en un sueño profundo. Tan lejos estabas que ni siquiera compartimos la cama. Esa noche también pensé que sería la última vez, que ya había sido suficiente. Y qué ironía darme cuenta que apenas fue la primera de muchas noches en que dormiríamos juntos y en la misma cama.

Pasaron años y entonces estuve segura de que no había forma de que volvieras a mi vida. No recordaba la última vez que te había visto y así era mejor. Se había terminado sin que lo hubiese pensado tanto, sin darme cuenta. Vos tenías un recuerdo bastante claro de una yo insatisfecha y fría que se alejaba de vos, y en un subte te decía que "no era tan bueno como pensabas..." Yo no me acuerdo. El tema es que estabas fuera de mi vida, y yo sin darme cuenta. 

Tampoco me di cuenta de que ahí estaba de nuevo pensando en vos y en que te habías terminado de pronto. ¿Te habías terminado? Sí, estabas lejos. Yo también estaba lejos. Por algunos años es probable que hayamos vivido incluso en planetas diferentes. 

Pero como quien no puede evitarlo, por obra de alguna fuerza de atracción de la naturaleza, volviste. Volví. 

No. Nunca imaginé que habría otra vez. Que ahí estarías de nuevo hablándome, besándome, durmiendo conmigo. Igual siempre estás lejos, me dije. Por más que estemos tan cerca... siempre tan lejos. No hay forma de que te acerques. Me quedé algo más tranquila. Habíamos vivido en planetas diferentes, por años. No había ningún riesgo que correr. Yo ya te conocía. Eras mi garantía de distancia. Pero te acercaste mucho, cada vez más. Y creo que ni te diste cuenta.  Cada vez que nos vimos fue acercarme más, y tenerte más cerca. Al principio lo manejamos más o menos bien... Y después no tanto. 

Te dije tantas cosas, te espanté un poco. Te espanté una y varias veces. Y vos, repelente a sentimientos y acercamientos, respondiste según lo esperado. Lo que no esperaba era que a pesar del espanto volvieras, quisieras, estuvieras, y aún desearas la cercanía de algunos momentos.

Ahora todo es más complicado. Ahora te vi ser humano, me abriste el alma varias veces, me contaste de tus miedos y tu realidad, y dejaste que te abrazara una noche en que no pudiste evitar llorar. Compartiste tu insomnio conmigo. Yo que siempre creí que eras perfecto, me asusté mucho viéndote tan imperfecto. Te volviste real y se esfumó la distancia. Nunca en tantos años me sentí más cerca tuyo. No hubo ni una sola noche, de todas las que pasamos juntos, en que te sintiera más cerca que esa. 

Y entonces ahora que te tuve cerca, realmente cerca, ¿cómo hago para pensar en vos de nuevo lejos? No puedo. Lo intento, pero no puedo. No hay forma de volver atrás, de volver al momento en que no esperaba nada y vos tomabas tu distancia habitual y yo entre puteadas y llantos lo aceptaba, para volver al poco tiempo a abrazarte y hacer como si nada hubiera pasado. Como si nunca hubiera habido distancia, ni tiempo, ni cercanía. 

Estás lejos, físicamente lejos. Volverás en apenas unas horas y estoy pensando si cuando estés de nuevo acá, seguirás estando lejos. Cuánto esfuerzo pondrás en mantenerte lejos y hacer de cuenta que nada de lo que digo acá tiene sentido alguno. Podemos seguir hablando livianamente de vez en cuando como dos viejos amigos que hace tiempo no se ven. Pero algo pasó: estuvimos cerca. Realmente cerca.

Y yo no sé cómo ni sé por qué, ni sé cuál es la fuerza de la naturaleza que opera sobre vos o sobre mí, pero en algún momento y con alguna excusa y por algún motivo, volveremos a estarlo.  Porque si hay algo que permanece entre vos y yo, eso es lo inevitable



domingo, 9 de septiembre de 2012

Elegir



Cuántas elecciones hacemos a diario. Elecciones grandes y pequeñitas. Uno elige todo el tiempo, y a la vez, está rodeado de otros seres que eligen. Elijo donde estar y con quién. Elijo cómo estar. Elijo qué hacer y qué no. A veces elijo bien y otras veces no tanto. Pero cada elección me lleva a un lugar, a un estado, a una persona, a una realidad. 

A veces sólo quiero que alguien me elija entre otras cosas, entre otros seres, entre otros estados. Eso no ocurre siempre, y la no elección es también una elección, difícil de aceptar sobre todo porque es ajena. 

Aquello que dejamos a un lado, aquello que descartamos, aquello que no es lo que queremos ni lo que deseamos, aunque sólo sea en ese momento, nos conduce a ser un poco más o un poco menos quienes verdaderamente somos. 

Las elecciones se basan en el deseo, y no deberían (vaya paradoja) estar condicionadas por nada más que por él. Pero no siempre uno sigue su deseo al elegir, y se condiciona por la conveniencia, por el miedo, por el qué se yo. Meditar cada decisión contemplando las conveniencias e inconveniencias, ¿nos aleja de lo que deseamos? Las mejores elecciones se hacen sintiendo, no pensando. ¿O viceversa? 

Nadie tiene garantía sobre qué tan apropiada será su elección. Es probable que elijamos aquello que no nos convenga, y que aun así, se condiga con nuestro más profundo de deseo. 

Yo no sé muy bien por qué te elijo. Sólo sé que frente a las diferentes opciones, siempre se impone mi deseo de vos. Hay un millón de razones para dejar de elegirte, las tengo todas escritas en un papel y otras, en mi memoria. Sin embargo, si hoy me dieran a elegir, sé que no querría otra cosa más que tenerte conmigo.



lunes, 20 de agosto de 2012

Better together


Quisiera aprender a quedarme en silencio, a no escribir una sola palabra de más, y si fuese posible también, aprender a esfumarme. Me gustaría saber cómo darte el tiempo de que olvides todo lo que hago mal, una y otra vez, y vuelvas a extrañarme y a tener esas ganas locas que a veces te surgen de verme. Quisiera poder hacer algún truco para que el tiempo vuelva atrás, a ese exacto momento en que dormíamos abrazados, por ejemplo, y afuera llovía y no había ningún pensamiento absurdo dándome vueltas por la cabeza. Congelar ese momento en el que sentí que todo era perfecto. Quisiera cerrar los ojos y volver a sentir tu mano en mi cintura, hacerte cosquillas hasta que te enojes y que me cuentes de nuevo cosas ridículas que me hagan reír. Quisiera también alguna tarde de té para dos, alguna noche de cine y pochoclo, alguna despedida con abrazos incómodos en el auto y un "te quiero" dicho bien bajito para que no te asustes. 

Debe haber alguna manera de volver ahí; yo aún no la encuentro. Sólo sé que esto a veces simplemente sucede...

Hay muchas cosas que no sé, muchas cosas que no entiendo y sé que eso también es algo que compartimos.  Pero aquí estoy, sintiendo que todo es mejor cuando estamos juntos, como dice la canción que te gusta. Y me siento a escribir y me preparo para extrañarte, hasta que podamos encontrar la manera de volver al lugar que más nos gusta.



domingo, 8 de julio de 2012

Según pasan los años



Me acuerdo que estábamos sentados en el suelo, como casi siempre en esa época. Apoyados contra alguna pared, con las piernas estiradas, nos mirábamos de reojo y sonreíamos mientras su pie jugaba con el mío. De la nada él preguntó: ¿querés ser mi novia? Yo le dije que sí y eso fue todo. A partir de ese momento no tengo idea qué pasó. Se detuvo el tiempo tal vez. No sé cómo habrá sido aquel noviazgo a mis cuatro años, y honestamente no me interesa. Por aquel entonces el amor parecía ser algo bastante simple y alegre, y era absolutamente imposible pensarlo de alguna otra manera. 

Más tarde ya dejó de ser tan simple, pero aún era alegre. Teníamos siete y él tenía un flequillo rubio y unos dientes desparejos que para mí lo hacían el más especial de todos. Vino a buscarme a casa un Sábado de sol por la mañana y fuimos juntos hasta la plaza de la esquina. La conversación fue seria y breve, y aún hoy sigo pensando que su sonrisa de dientes desparejos y sus ocurrencias lo hacen ser un tipo especial. No pensaba entonces en qué pasaría después, como resultaría todo el día que dejáramos de querernos o cosas por el estilo. Extraño esos días.

A mis doce llegó el primer beso. Lo postergué durante meses. Finalmente un mediodía a la salida de la escuela, tomándolo por sorpresa (y más para sacarme el tema de encima que porque realmente quisiera) le dí un beso rápido en la boca y corrí media cuadra sin siquiera darme vuelta. Las cosas empezaban a cambiar, yo ya lo sabía.

Durante la adolescencia, se sucedieron en mi vida una serie de amores platónicos. Pasé gran parte de esta etapa de mi vida escribiendo cartas para algunos muchachos, cartas que a veces enviaba de manera anónima, por supuesto, y otras que guardaba en alguna cajita forrada con papel de revista. Ellos, que fueron varios, no tenían idea de las horas que pasaba pensando en cada uno, eligiendo las canciones que grababa de la radio en un cassette para luego volver a escuchar y seguir pensando en ellos. Ya el amor no me resultaba algo tan simple, ni tan alegre. Se había vuelto algo que debía esconderse, y que me sumía en un estado melancólico del que no podía salir casi nunca. Fue una época en que suspiraba mucho, lloraba bastante y casi nunca sabía por qué. 

A partir de aquí, lo complicado. Y no sé ni cómo ni cuándo, pero el amor empezó a doler y a complicarse demasiado. Elegirte, que me elijas, mirarnos, ver qué onda. Jugar un poco el juego del cual todavía no sabía las reglas, pero resulta que ya era yo una adulta y tuve que aprender. Pero no aprendí, me parece. Una seguidilla de decisiones equivocadas, de no saber qué hacer, de ir y venir por los lugares y las personas menos pensadas. Amores lindos, a primera vista, cortitos, intensos, pesados como el verano. Amores de mierda, de esos que todavía trato de olvidar, de esos que me tiraron en la cama a llorar y me quitaron las ganas de respirar.

Después quise dejar de sufrir, y me inventé que el amor era tener un marido, una casa y un perro. Y así fue durante un tiempo. Tuve un marido, una casa, un perro. Pero de amor ni hablar. Ahí me dí cuenta de que estar acompañado no significa estar enamorado, y que no se puede inventar lo que simplemente no es. 

Hoy no tengo idea de qué es el amor o estar enamorado. Tampoco tengo ganas de pensar en eso cuando sé que no voy a encontrar una respuesta. Yo sólo sé que hoy tengo ganas de verte a vos. Y que cuando nos vemos y vos me abrazás, ese es el momento en que quisiera que se detuviera el tiempo. Porque todo parece simple y alegre, y es casi imposible pensarlo de otra manera. 




domingo, 10 de junio de 2012

Iguales pero diferentes





Hace tiempo que guardo estos dos textos en un borrador. Son los fragmentos finales de dos películas que hablan, de diferente forma, del desamor... o quizás no, no lo sé. Una de ellas, con un enfoque netamente femenino; la otra, desde el punto de vista de un hombre.

Los traduje, de la forma más precisa que pude. Hasta ahora no los había publicado porque cada vez que los abría pensaba que era necesario que escribiera algo acerca de ellos. Pero también, cada vez que lo hago, me doy cuenta de que no hay nada que pueda agregar. Y cada vez vuelvo a sentir lo mismo: un poco de desconcierto y algo de frustración.

La premisa es simple pero difícil de aceptar: somos diferentes, sentimos diferente, pensamos diferente. Aunque al final de cuentas, estemos hablando de lo mismo.


“A las chicas nos enseñan muchas cosas a medida que crecemos: si un chico te golpea, es porque le gustas; nunca recortes tu propio flequillo, y algún día vas a conocer a un muchacho maravilloso y tendrás tu propio final feliz. Cada película que vemos, cada historia que nos cuentan nos dice que debemos esperar por ello: el giro del tercer acto, la declaración de amor inesperada, la excepción a la regla. Pero a veces estamos tan ocupadas buscando nuestro final feliz que no sabemos leer las señales. Como diferenciar a aquellos que nos quieren de aquellos que no, a aquellos que se quedaran de aquellos que se irán. Y quizás, nuestro final feliz no incluya a un muchacho, quizás solo se trate de una, sola, levantando los pedazos y empezando de nuevo, liberándote para algo mejor en el futuro. Quizás el final feliz sea simplemente esto: saber que a pesar de todas las llamadas que no te respondieron y los corazones rotos, de las confusiones y las señales que leíste mal, a pesar del dolor y la vergüenza... nunca pierdes la esperanza.”

He’s just not that into you (2009)


“Yo se los advertí a todas desde el principio. Siempre les dije algo como: "Debo decirte que traigo una etiqueta de advertencia invisible pegada a mí. No me comprometo. Nunca lo haré." A pesar de todos mis esfuerzos, estoy empezando a sentir algunas grietas en mi acabado. Cuando miro hacia atrás en mi pequeña vida, y pienso en todas las mujeres que conocí... No puedo evitar pensar en todo lo que hicieron por mí y en lo poco que he hecho yo por ellas. En cómo me cuidaron, y se ocuparon de mí... y yo les pagué no devolviéndoles nunca el favor. Solía pensar que yo me llevaba la mejor parte. Pero, ¿qué tengo realmente? Algo de dinero en mi bolsillo. Buena ropa. Un auto lujoso a mi disposición. Soy soltero. Sin compromisos. Libre como un pájaro. No dependo de nadie y nadie depende de mí. Mi vida es mía. Pero no tengo paz mental. Y si no tienes eso, no tienes nada. Así que: ¿cual es la respuesta? Eso es lo que me sigo preguntando. ¿De qué se trata todo? ¿Sabes a qué me refiero?”

Alfie (2004)




lunes, 4 de junio de 2012

Tea for two

Podemos tomar  el té y puedo llevar brownies adivinando que te gustan.
Podemos mirar el partido y sufrir por River Plate, como es tu costumbre, mientras cambiamos el té por el mate, y te quejás porque le puse azúcar...
Más tarde podemos hablar acaloradamente sobre nuestras diferencias políticas e ideológicas aunque vos digas que en política no existen las ideologías y te indignes con mi frase que afirma que "el fin justifica los medios" (y no precisamente los hegemónicos).
Podés pedirme permiso y abrazarme, y yo voy a dejar que lo hagas porque sabés que me gusta. Y también voy a consentir que me robes un beso, o dos, o varios.
Podemos quedarnos dormidos en el sillón más incómodo del mundo sintiendo que es el mejor. Y hasta puedo tolerar ver tu programa preferido de los Domingos a la noche, y reírme de las críticas más duras asumiendo que algo de certero tienen.
Podemos hablarnos, mirarnos, sentirnos y hasta hacernos algunas preguntas... pero no demasiadas. Y hasta puedo leerte la  mente si me lo propongo. Sabé que tus ojos hablan, y acabo de descubrirlo.
Te hago una invitación, aún sabiendo que podrías rechazarla. Podemos encontrarnos compartiendo algo más cada vez, dejando que todo eso que se movilizó nos siga animando.
Y podés volver a invitarme a que me quede con vos, es probable que esta vez diga que sí. Siempre y cuando haya un té como el de ayer, un día no muy lejano.




sábado, 21 de abril de 2012

Give up



Si tuviera que decir que es lo que mas me gusta de vos, diría seguramente que tu pelo, tu altura y tus manos. Luego vendrían tu forma de caminar, los lunares de tu espalda y tu piel, toda. No quisiera olvidarme de tus brazos largos, ni de tus piernas, ni de la forma en que te ponés colorado cuando algo te da vergüenza. También debería mencionar tu delgadez y tu forma de hablar, a veces inentendible, pero siempre correcta.

El punto es que te recuerdo de memoria, parte por parte y con todos los sentidos. Podría jurar que tengo impregnado tu olor y  que siento el gusto de tus besos. Debe ser que tuve tiempo suficiente de aprenderte así de a pedacitos, pero finalmente todo entero. 

Te aparecés en mis sueños, en los de día y en los de noche. A veces caminamos sobre un colchón de hojas marrones que crujen mientras pasamos, y otras veces te acostás en mi sillón mientras prendés la tele. Tengo que dejar de soñarte,  ya sé. Pero es tan difícil convencerme... Es placentero tenerte a diario aunque sea en sueños, y sé que a mí y a ellos, nos sostiene una esperanza idiota que agoniza hace años, pero no muere. Un enamoramiento no dura tanto dicen, y vos venís durando mucho en mí. No aplicarías para enamoramiento y tampoco sos un amor platónico; de platónico entre vos y yo no queda nada. Y necesito definirte para poder contrarrestarte, pero aún no puedo. 

Como un adicto en recuperación, intenté sacarte de mi sistema, limpiarme de vos, rehabilitarme. Dejé de verte, de hablarte, me alejé de todos los lugares donde podía encontrarte. Seguí los 12 pasos del olvido y me repetí hasta el cansancio lo del "solo por hoy". Admití mi impotencia frente a vos, volví a creer en Dios y le pedí que me ayudara a olvidarte. Me obligué a buscarte defectos y los encontré a montones. Quise librarme de ellos pero después me resultaron irresistibles y empecé a coleccionarlos. Medité, lloré y te llevé a terapia; te puse en palabras para que ya no fueras hechos. Tantos intentos que hasta logré mis 28 días sin vos, casi una cura. Casi...

Porque te sigo pensando, te sigo soñando, y sigo eligiendo tus caricias por sobre todas las que otros pudieran darme. Y sí, habrá otras caricias y otros hombres, pero en cada uno voy a buscarte a vos, como siempre. Y no tendrán tu pelo, ni tus manos perfectas, ni tu metro ochenta y pico. No caminarán con tu paso, ni tendrán la espalda salpicada de lunares. No me abrazarán con tus brazos largos, ni murmurarán con acento cerrado palabras impronunciables en oraciones hilvanadas a la perfección. No serán vos, y posiblemente eso sea una ventaja para mí, pero no para ellos. 

Así que me rindo, al menos por ahora. Te declaro de una vez todo esto tal y como es mi costumbre, aunque vos reniegues o lo ignores, y te suelto. Porque eso que yo quiero, que no es tanto pero es demasiado, es que las palabras "mi amor" tengan por fin significado. Y si hay algo que aprendí en todos estos años es que el peor de tus defectos (y el preferido de mi colección) es que no puedas quererme. 



domingo, 15 de abril de 2012

La Salida



Apenas cruzaron la puerta, le pedí un minuto al oficial que me esperaba para buscar un abrigo antes de salir. Yendo al dormitorio, abrí la pequeña puerta del bargueño que está en el pasillo. Mi mano hurgó apurada entre las botellas hasta dar con una de sus cajas de cigarros negros sin filtro. Un segundo más tarde, sentí el cigarro entre mis labios, y el gusto amargo del tabaco suelto que se mezclaba con mi saliva, aún sin haberlo encendido.

Caminé rápidamente hasta el baño para enjuagarme la cara. Me miré en el espejo. Ví mis ojos hinchados, las ojeras azules y comencé a sentir la piel tirante mientras las últimas lágrimas se me secaban en la cara. Era una imagen desarmada de mí misma, con el cigarrillo apagado entre los labios y la mirada perdida. Qué había hecho.

Recordé su espalda al salir, las manos juntas detrás, las esposas, y me pregunté si sería aquella la última vez que lo vería. Llevaba puesta la camisa celeste a rayas que yo le había regalado para su último cumpleaños. Hacía ya algunos años que no me esforzaba más eligiendo su regalo. Recuerdo cuando cumplió treinta. Había recorrido todas las librerías de Buenos Aires buscando el tomo tres de la colección de Historia Universal por Sánchez Tolosa; el único tomo que le faltaba para completar la serie. Las ampollas en mis pies desaparecieron entonces casi inmediatamente, al ver su sonrisa satisfecha cuando desenvolvió el libro. Ahora la tediosa camisa celeste, impersonal y resignada, que había comprado en un local cualquiera de ropa masculina, me había mostrado el que quizás sería mi último recuerdo de él.

La casa ahora estaba en silencio. Los gritos y el llanto habían cesado por fin, pero yo todavía escuchaba el zumbido en mi cabeza.

Sabía de antemano que no pasaría de esa noche. Sentía en mi garganta ese nudo que no me dejaba tragar la comida que me había servido en el plato. Y todo sucedió como de costumbre. Nada anticipaba un final distinto al de cada noche. O quizás sería mejor decir que nada anticipaba un final, a pesar de la sensación de hartazgo que me acompañaba desde hacía tiempo.

Mientras esperaba sentada a la mesa, había escuchado el sonido de las llaves en la puerta. Estoy casi segura de que por algunos segundos el corazón había dejado de latirme. Luego, sus pasos cansados por el pasillo de la entrada y una vez más el teléfono celular sonando justo mientras entraba al living. Mis ojos, que lo siguieron desconfiados, lo vieron observar preocupado la pantalla iluminada del bendito teléfono y soltar violentamente el manojo de llaves sobre la mesa de café. Maldije mi suerte. 

Volví a verme en el espejo y abrí la canilla de agua fría, todavía tenía el cigarrillo apagado en la boca.  No tendría tiempo de fumarlo. Sabía que me esperaban afuera y tenía que apurarme. Lo solté, junté agua entre mis manos y hundí la cara en ella. Tenía la boca seca, hubiera necesitado tomar agua, pero al tiempo que lo intentaba sentía el estallido de dolor y escupía la sangre en el lavatorio.

Cerré la canilla y esta vez sí reconocí el silencio. Ahora podía escuchar desde el baño el tic-tac del reloj de la cocina. En el patio los perros ladraban. Me incorporé sobre la mesada del baño sintiéndome aliviada, y sin dejar de preguntarme qué había hecho. Me revolví el pelo como hacía cada vez que no podía pensar claramente y sin perder más tiempo, apagué la luz del baño y salí.

Hacía frío. Me envolví en mi saco de lana y caminé hacia la puerta, acompañando al oficial que me miraba con una mezcla de lástima y desprecio.

sábado, 14 de abril de 2012

Ellas



A ella le gusta todo lo que él escribe en Facebook. Es una obsecuente sexual, pienso yo sin saber muy bien qué quiero decir con eso. No me vas a decir que es necesario darle “me gusta” a cada cosa que él postea, ¡por favor! Me inunda la ira cibernética. Escupiría el monitor cada vez que veo su nombre debajo de sus estados, que de hecho no son estados, porque él nunca habla de sus estados. Tiene un grave problema para expresarse, pero él no es el tema. El tema son ellas. Ahí está ella toda rubia, bronceada y sonriente haciendo alguna acotación innecesaria. Ella es del grupo de las doradas, bañadas en sol y decolorante. Brillan en la oscuridad, sonríen ausentes, hacen girar cabezas adonde sea que entren. Y ella es de esas, de las que quitan el aliento, de las que paran el tráfico. Me brotan los celos, me carcome la envidia, y puteo ya no tanto por sus comentarios imposibles de leer, sino por su pelo rubio, largo, y sobre todo ajeno. Y él le da un “me gusta” a su foto, esa en la que el mechón le tapa un poco el ojo izquierdo, y se ven sus dientes blancos sobresalir en su cara dorada, y un cinturón de cuero le dibuja la cintura mínima. A él siempre le gustaron esas. Entonces me doy cuenta que no, no es sólo ella. Hay otra: esta es morocha, de rulos largos, sin una gota de maquillaje, natural… perfecta. Y detrás un paisaje, también perfecto. Parece que le hubieran prendido el ventilador de frente, porque en la foto sus rulos se elevan apenas, y ella parece de otro planeta. Flota. A él le gusta que flote. Se tomó el tiempo de elegir esa foto y dedicarle un piropo silencioso… un “me gusta”. ¡Arrrrggghh! Apagá el ventilador, sacale la escenografía y es igual a cualquiera que se sube al 86 a las cuatro de la tarde en Mataderos, pienso. Mientras me mira desde ahí esa otra, la aventurera con cara de nada, la que enfundada en su traje de buzo saluda a cámara, la que habla con la “ll” y la ye suavecitas, y a la que todo le parece “lindísimo”. Cara de nada. ¡Pero a él también le gusta! ¡Le gusta cara de nada! En un ataque de locura elijo mis mejores cincuenta y pico de fotos. Las subo todas una tarde hasta tener la mejor versión de mí misma que nadie alguna vez conoció. En algunas sonrío franca, abierta, generosamente. En otras miro para otro lado, displicente a propósito. Mi pelo vuela en algunas también y la escenografía colabora. En otras hasta me veo algo dorada, no tan rubia, pero brillo en la oscuridad. La mejor versión de mí misma. Lo llamo por teléfono, pronunciando la “ll” y la ye suavecitas, y le digo que el día está "lindísimo" para hacer algo. Él dice estar ocupado. Ay… dolor, dolor, dolor… Con el ego herido de muerte pero sin que se note, sonrío y le digo que no hay drama, que otro día, que me avise cuando él pueda. Y vuelvo a mi álbum de fotos perfectas y las repaso y todas se ven algo borrosas. Qué pelotuda, ¿por qué lloro? Ah, sí... Porque yo me pondría un “me gusta” en cada una de ellas, pero sólo quiero que a él le gusten inconteniblemente y él ni siquiera las mira. Sé que no me mira. Ni vuelve a llamar, ni le gustan mis fotos, ni le interesan mis estados, ni nada. Quisiera gritarle que no desaparecí, que estoy por todos lados, que ignorarme no implica hacerme desaparecer, que acá estoy, que lo espero, que me dijo que… Las miro de nuevo. Son ellas, pienso. Ellas; todas son una mejor versión de mí. Y a él le gustan ellas, todas. Y yo soy una sola y no puedo contra ellas.

viernes, 30 de marzo de 2012

Algo así



Llegar a casa y encontrarte, pero no todos los días. Solo algunos, y sin saberlo. Así tengo tiempo de extrañarte y no sufro la ansiedad de esperarte.

Levantar el teléfono a cualquier hora, de noche, cuando estoy desvelada. Poder hablarte hasta quedarme dormida, mientras te quedas escuchándome entre harto y compasivo.

Abrazarte con el cuerpo y con el alma, dejarme caer en el abrazo, soltar las mochilas. Poder mirarte a los ojos y sonreírte, y no tener necesidad de decirte nada.

Abandonar los discursos afectados, las conquistas insignificantes, las salidas a lugares que no me gustan, la sobrevalorada soltería.

Entregarme a vos, sin darme cuenta, de a poquito, olvidándome de todo lo que hasta ahora me mantuvo lejos. 

Cuidarte en tus gripes, volver a tener ganas de ir al cine, que me conozcas en pantuflas y despeinada, reconocer tu olor en la almohada cuando ya te fuiste. Tomar café a las corridas, por la mañana, parados en la cocina. Agarrar la ruta un viernes por la tarde y desaparecer hasta el domingo, con el sol siempre pegando en el parabrisas. Leer por las noches, acostados uno al lado del otro, cerrar los libros y besarnos.

Algo parecido a eso solía ser el amor. Pero no estoy muy segura. 

martes, 21 de febrero de 2012

¿Y qué importa?

¿Y qué importa si no vamos a ningún lado, si todo queda en esto y nada más ni nada menos?
¿Qué importa? Si me haces sentir con vos a la distancia, si me llenás de música y de sonrisas.
Si se justifica mi desvelo, porque siempre queda algo para decir.
Si la curiosidad mata al gato, y la ansiedad es enemiga... ¿Qué importa?
Si ahí está Viceversa, surgiendo de algún rincón olvidado.
Todo lo demás, son apenas circunstancias...


viernes, 17 de febrero de 2012

Silencio Hospital (lo que nadie dice)



“Tener un hijo es lo peor del mundo” – pensó, sentada en la sala de espera del quirófano. Miró llorar a esa pareja, y sin saber por qué sintió esa solidaridad que uno descubre cuando es padre. Sintió el nudo en la garganta y puteó para sus adentros. Miró al otro que estaba sentado justo frente a ella, y lo encontró tratando de disimular sus ojos enrojecidos. Todos sin hablarse decían lo mismo, se comprendían, se acompañaban. 

Nunca imaginó el dolor que iba a sentir al firmar ese contrato con la vida, ese que nunca caduca ni expira, ni es rescindible. Sentía muchas veces que había parido ni más ni menos que una eterna dependencia. Sentía que sin querer, había aceptado transitar nuevamente los caminos impensados e irrepetibles de la infancia, pero desde su lado más oscuro. Repasó mentalmente una cantidad de situaciones a las que ya se había acostumbrado. Ver sus ojos cerrarse cada noche, y acercarse de madrugada a ver si respiraba… Ese maldito temor a perderlo, ese amor enloquecido y frenético. Ese puñal tierno clavado en el pecho y vivir desangrándose de amor, dulcemente. Cada línea de fiebre en el termómetro le pareció un castigo injusto, y los ahogos y los chichones, y cada llanto nocturno que le quitaba horas de descanso…

Abrieron la puerta y saltó en la silla. “Todo salió bien” – le dijo el médico, todavía detrás del barbijo. Después de eso, sólo sintió el mareo y la necesidad de abrazarlo tan pronto como fuera posible.

Media hora más tarde, envuelto en una horrible sábana verde él la miraba con los ojos achinados, estiraba sus brazos y le decía “mamá”.

“Tener un hijo es lo mejor del mundo” – pensó, mientras él apoyaba la cabeza vendada sobre su pecho, y se disponía a amarla.

martes, 14 de febrero de 2012

Ausencia


Acostumbrarse a la ausencia es nunca estar solo. La ausencia es fiel y es compañera. Sentir el hueco que nos dejó quién sabe quién, quién sabe cuando, y convivir con eso. Vivir en una pesadilla permanente, queriendo despertar y sin poder hacerlo. La sensación de nunca estar solo, sin estar completo. Y eso de buscar desesperadamente en los ojos ajenos el refugio que no recordamos haber perdido. Es una amnesia profunda, una náusea cotidiana, es el dolor punzante en los brazos que no abrazan, en la boca que no besa. Te acompaña la ausencia y se te hace carne, te respira en la nuca, se duerme con vos cada noche y te canta. Es un lamento constante, un llanto lejano a plena luz del día que no podes dejar de escuchar, aún en medio del ruido y el tumulto callejero. Tu ausencia me acompaña, a cada paso. Me da la mano y me ayuda a seguir caminando. Me estoy enamorando de tu ausencia, llena de preguntas sin respuesta. 

sábado, 7 de enero de 2012

Significado

"Teniendo en cuenta

que ni tú eres lo que yo necesito
ni yo soy lo que buscas
podría decirse
que hemos tenido mucha suerte
al encontrarnos".


A veces se confunden 
y el deseo es reclamo, 
y la dependencia, ganas.
Yo empiezo a sentir que las ocupaciones se convierten en ausencia,
que los encuentros dejan de ser compañía
y que los compromisos pasan a llamarse terrores.
A veces todo deja de ser para aparentar. 
A veces no nos encontramos, 
porque ni somos lo que queremos, ni queremos lo que buscamos.
Pero a veces, solo a veces
nada es como parece.
Y mientras yo sigo llamando a tu silencio, olvido
y a mis recuerdos, idiotas
vos vas por ahí como si nada de esto tuviera algún significado.





martes, 3 de enero de 2012

Borrar



Tomó conciencia de que le había escrito una cantidad incontable de mensajes. Le había hecho llegar algunos de ellos (más de los hubiera querido) y algunos otros aún los guardaba en un cajón, en su teléfono celular, o en la bandeja de salida de su cuenta de correo. Gran parte de su producción escrita había sido dirigida a él, o hablaba de él. Eso la enojaba un poco, la hacía sentir dependiente y obsesiva, nada de lo que estuviera orgullosa.

También había notado que cada vez que empezaba a escribir pensando en él la invadía una enorme frustración. Sabía que obligarse a ser creativa, simpática, ocurrente o precisa no iba a modificar en lo absoluto su actitud, esa actitud distante y displicente que lo caracterizaba. Sólo se consolaba un poco pensando que escribir era algo que hacía porque era un buen ejercicio… Sabía que no era cierto. Lo hacía cada vez que pensaba en él.

Escribir le gustaba mucho, pero en realidad, escribirle a él era lo que le gustaba. Desde el principio, era casi la única forma de comunicarse que utilizaban. Rara vez hablaban por teléfono o en persona. Nunca había mediado entre ellos la taza de café que justifica una charla. No sabía por qué, pero tenían un acuerdo tácito de mantener la distancia y para eso, no escucharse ni mirarse era efectivo. O al menos eso era lo que él creía. ¿No sabía acaso que la única manera real en que ella se le acercaba era cuando escribía? Ingenuo.

Recordaba las pocas veces en que él había elogiado su forma de escribir y eso le provocaba unas ganas incontrolables de producir algún texto que valiera la pena leer. Ella intentaba llamar su atención haciéndole llegar no sólo lo que le escribía a él, sino también algunos bocetos poco elaborados de sus pensamientos. Sin embargo para ella, él se interesaba bastante poco en todo eso.

Tampoco parecía acusar recibo de sus palabras cuando ella se las dedicaba. No había encontrado jamás la forma de conmoverlo y si lo había hecho, nunca se había enterado. Le había escrito cartas de su puño y letra, mensajes de texto escuetos y desafectados, otros provocadores y atrevidos, y larguísimos mails innecesariamente profundos en los que se exponía de una manera vergonzosa. Él, siempre imperturbable.

Cuando intercambiaban mensajes en tiempo real, sostenían una conversación algo tensa, pero entretenida. Esos intercambios lo mantenían presente en su mente, le permitían recordarlo, y de alguna manera, voluntariamente, se obligaba a hacerlo.

Un día mientras le escribía se dio cuenta de que ya no se acordaba como era su cara; empezó a dudar de haberla visto alguna vez. Era raro, estaba segura de haberle acariciado la frente corriéndole el mechón de pelo que le caía sobre los ojos, y hasta de haberlo besado en la boca, pero no estaba segura.

Lo recordaba por partes, fragmentado. Había algunas fotos, sí… Y aquellos mensajes. Y ella lo mantenía todo unido escribiendo.  

Había días en que era apenas un rectángulo azul titilando en la barra de tareas de Windows. Pero ya ni siquiera podía imaginar sus dedos largos tecleando apurados las respuestas. 

Otros días él la miraba desde las fotos, y entonces ella intentaba componer el todo: su pelo, su boca, sus cejas, sus ojos. No alcanzaba. También notó que sonreía poco en las fotos. Sonreía poco casi siempre, pensó. Pero no estuvo segura de si era cierto o si sólo era lo que veía en las fotos.

Él era una especie de rompecabezas que se armaba sólo de vez en cuando, tomaba forma, voz, cuerpo y la avasallaba. Como en un sueño lo veía dormir, comer, cocinar, reír, hablar. ¿Eran escenas de alguna película, o eran recuerdos? No podía contestarse esa pregunta.

Descubrió con algo de pena que él sólo seguiría existiendo si ella seguía escribiendo. Con esa omnipotencia divina lo primero que hizo fue cerrar sesión. Y luego ¡puf! él había desaparecido.

Luego volvió al principio, apretó Ctrl+Shift+Fin+Supr. ¿Desea guardar los cambios? leyó en su pantalla. No, pensó ella. No quiero. Él ya no estaba, y era mejor así. Era mejor dejar de escribir.