lunes, 24 de septiembre de 2012

Attraction




Aquel día en que te dí esa carta escrita a mano, temblando, sentada en tu auto. Recuerdo que lloré un poco mientras te dije que estaba enamorada de vos, y te pedí que no te casaras. Ese día pensé que sería el último, que después de eso no había nada más que hacer. 

Lo pensé también aquella noche en que dormimos juntos por primera vez, dormir de dormir, de acostarme y cerrar los ojos y caer en un sueño profundo. Tan lejos estabas que ni siquiera compartimos la cama. Esa noche también pensé que sería la última vez, que ya había sido suficiente. Y qué ironía darme cuenta que apenas fue la primera de muchas noches en que dormiríamos juntos y en la misma cama.

Pasaron años y entonces estuve segura de que no había forma de que volvieras a mi vida. No recordaba la última vez que te había visto y así era mejor. Se había terminado sin que lo hubiese pensado tanto, sin darme cuenta. Vos tenías un recuerdo bastante claro de una yo insatisfecha y fría que se alejaba de vos, y en un subte te decía que "no era tan bueno como pensabas..." Yo no me acuerdo. El tema es que estabas fuera de mi vida, y yo sin darme cuenta. 

Tampoco me di cuenta de que ahí estaba de nuevo pensando en vos y en que te habías terminado de pronto. ¿Te habías terminado? Sí, estabas lejos. Yo también estaba lejos. Por algunos años es probable que hayamos vivido incluso en planetas diferentes. 

Pero como quien no puede evitarlo, por obra de alguna fuerza de atracción de la naturaleza, volviste. Volví. 

No. Nunca imaginé que habría otra vez. Que ahí estarías de nuevo hablándome, besándome, durmiendo conmigo. Igual siempre estás lejos, me dije. Por más que estemos tan cerca... siempre tan lejos. No hay forma de que te acerques. Me quedé algo más tranquila. Habíamos vivido en planetas diferentes, por años. No había ningún riesgo que correr. Yo ya te conocía. Eras mi garantía de distancia. Pero te acercaste mucho, cada vez más. Y creo que ni te diste cuenta.  Cada vez que nos vimos fue acercarme más, y tenerte más cerca. Al principio lo manejamos más o menos bien... Y después no tanto. 

Te dije tantas cosas, te espanté un poco. Te espanté una y varias veces. Y vos, repelente a sentimientos y acercamientos, respondiste según lo esperado. Lo que no esperaba era que a pesar del espanto volvieras, quisieras, estuvieras, y aún desearas la cercanía de algunos momentos.

Ahora todo es más complicado. Ahora te vi ser humano, me abriste el alma varias veces, me contaste de tus miedos y tu realidad, y dejaste que te abrazara una noche en que no pudiste evitar llorar. Compartiste tu insomnio conmigo. Yo que siempre creí que eras perfecto, me asusté mucho viéndote tan imperfecto. Te volviste real y se esfumó la distancia. Nunca en tantos años me sentí más cerca tuyo. No hubo ni una sola noche, de todas las que pasamos juntos, en que te sintiera más cerca que esa. 

Y entonces ahora que te tuve cerca, realmente cerca, ¿cómo hago para pensar en vos de nuevo lejos? No puedo. Lo intento, pero no puedo. No hay forma de volver atrás, de volver al momento en que no esperaba nada y vos tomabas tu distancia habitual y yo entre puteadas y llantos lo aceptaba, para volver al poco tiempo a abrazarte y hacer como si nada hubiera pasado. Como si nunca hubiera habido distancia, ni tiempo, ni cercanía. 

Estás lejos, físicamente lejos. Volverás en apenas unas horas y estoy pensando si cuando estés de nuevo acá, seguirás estando lejos. Cuánto esfuerzo pondrás en mantenerte lejos y hacer de cuenta que nada de lo que digo acá tiene sentido alguno. Podemos seguir hablando livianamente de vez en cuando como dos viejos amigos que hace tiempo no se ven. Pero algo pasó: estuvimos cerca. Realmente cerca.

Y yo no sé cómo ni sé por qué, ni sé cuál es la fuerza de la naturaleza que opera sobre vos o sobre mí, pero en algún momento y con alguna excusa y por algún motivo, volveremos a estarlo.  Porque si hay algo que permanece entre vos y yo, eso es lo inevitable



domingo, 9 de septiembre de 2012

Elegir



Cuántas elecciones hacemos a diario. Elecciones grandes y pequeñitas. Uno elige todo el tiempo, y a la vez, está rodeado de otros seres que eligen. Elijo donde estar y con quién. Elijo cómo estar. Elijo qué hacer y qué no. A veces elijo bien y otras veces no tanto. Pero cada elección me lleva a un lugar, a un estado, a una persona, a una realidad. 

A veces sólo quiero que alguien me elija entre otras cosas, entre otros seres, entre otros estados. Eso no ocurre siempre, y la no elección es también una elección, difícil de aceptar sobre todo porque es ajena. 

Aquello que dejamos a un lado, aquello que descartamos, aquello que no es lo que queremos ni lo que deseamos, aunque sólo sea en ese momento, nos conduce a ser un poco más o un poco menos quienes verdaderamente somos. 

Las elecciones se basan en el deseo, y no deberían (vaya paradoja) estar condicionadas por nada más que por él. Pero no siempre uno sigue su deseo al elegir, y se condiciona por la conveniencia, por el miedo, por el qué se yo. Meditar cada decisión contemplando las conveniencias e inconveniencias, ¿nos aleja de lo que deseamos? Las mejores elecciones se hacen sintiendo, no pensando. ¿O viceversa? 

Nadie tiene garantía sobre qué tan apropiada será su elección. Es probable que elijamos aquello que no nos convenga, y que aun así, se condiga con nuestro más profundo de deseo. 

Yo no sé muy bien por qué te elijo. Sólo sé que frente a las diferentes opciones, siempre se impone mi deseo de vos. Hay un millón de razones para dejar de elegirte, las tengo todas escritas en un papel y otras, en mi memoria. Sin embargo, si hoy me dieran a elegir, sé que no querría otra cosa más que tenerte conmigo.