Dicen que la forma en que una relación empieza
determina las características de su desarrollo y hasta de su final. La nuestra
no empezó bien, y teniendo en cuenta esto que dicen, era bastante improbable
que en algún momento se corrigiera.
Hace ya suficientes años que nos conocemos, los
suficientes como para darnos cuenta de quienes somos. Y a pesar de los intentos
de no poner expectativas en esto, ambos lo hemos hecho de una u otra manera. Yo
siempre esperé tener un lugar en tu vida. Un lugar que nunca quisiste o pudiste
darme por las razones que sea. Ni siquiera puedo decir que seamos amigos. Somos
apenas dos personas que sin ser “algo” hemos compartido más de lo que muchos
siéndolo. Vos siempre esperaste que yo no te diera dolores de cabeza...
Sos consciente de que hice más de un intento por
aceptar las reglas del juego, reglas que siempre pusiste vos y esperaste que yo
entendiera además de aceptar sumisamente. “Vernos” debía significar no hacer
pedidos, ni preguntas, ni reproches, ni reclamos. Siempre fuiste claro en eso,
y por más crudo que fuera, era lo más honesto que podías darme. Porque hay algo
que debo reconocerte: conmigo siempre fuiste ese que verdaderamente sos, sin
caretas, sin tener que pretender otra cosa, ni sostener un personaje que no
existe, ni tener esforzarte por complacer a nadie. Tu honestidad y tu
transparencia fueron lo mejor y lo peor que recibí de vos. Porque yo siempre
supe, desde el día que te conocí, que lo nuestro no iba a tener jamás evolución
alguna. Esperar que la tuviera, o que la tenga, es mi peor error.
Me diste
miles de razones por las cuales no avanzar. Porque íbamos a arruinar lo que
teníamos, porque por cosas tuyas y cosas mías jamás iba a funcionar, porque
estabas bien solo, porque no querías tener que darle explicaciones a nadie,
porque simplemente algunas relaciones no maduran, porque yo te encanto y la
pasamos genial juntos pero… Lo cierto es que la razón principal es porque no
querés. O quizás debería decir porque no me querés.
Así fue siempre… yo siempre supe, para qué
negarlo. Sin embargo no querías perderme, decías. Estaba bueno tenerme cerca,
por nuestras charlas, por la confianza, por la piel que teníamos, por nuestra
“conexión” te gustaba decir. Ninguna mujer con algo de amor propio se hubiera
enamorado de un canalla semejante, pero yo sí. Y yo tampoco quería perderte. Digamos
que algo habrá tenido que ver lo del amor propio, pero principalmente me enamoré porque
uno no elige a quien debe amar, simplemente lo ama. O quizás porque dentro de
este marco de honestidad e intentos de aceptación de tus peores partes,
descubrí también las mejores (no voy a quitarte méritos).
Aquel lugar que tuve cuando nos conocimos es un
lugar al que no quiero volver jamás. Más de diez años después, qué clase de
idiota sería si aceptara ser tu debilidad temporal entre intentos de amor con
otras. Una que te quiere mucho, sin dudas, pero que no está siendo justa ni honesta
consigo misma. Porque en ese lugar del que te hablo, hay una tonelada de
esperanza de que en algún momento sea yo con la que elijas intentar algo real, algo parecido al amor. Algo
que puede resultar muy bien o muy mal, pero que ante todo es algo real. Y de eso
tengo ganas.
Me equivoqué una vez más al pensar que podría
tomarte con prudencia y distancia. No hay posibilidades de que me seas
indiferente en esos lapsos en que no estamos juntos. No hay posibilidades de
que no te espere ni te extrañe, y no hay posibilidades de que no te lo haga
saber. No puedo tratarte como vos me tratás a mí, y esto lejos de ser un
reclamo, es una realidad.
No vamos a saber nunca “que hubiera sido si” y
voy a tener que lidiar con eso sin vos. Voy a quedarme con la sensación de que hubiéramos
sido lindos, como te dije alguna vez, si solamente te hubieras animado. Aunque
quizás eso sea sólo mi consuelo.