martes, 13 de agosto de 2013

Del amor al odio



- Soy discontinuo - le había dicho él en la última de sus apariciones, después de no haberse visto por cuatro meses. Discontinuo, pensó ella. Qué palabra de mierda para justificarse. Definite de otra manera al menos, de alguna manera un poco más honesta. Pero en vez de eso, le sonrió como sabiendo de qué hablaba y aceptó tácitamente su estupidez. - Regalate en un outlet, gil.- Eso le tendría que haber dicho. Pero siempre se le ocurrían demasiado tarde las mejores respuestas.

Muchas veces, igual que esa vez, había sonreído frente alguna de sus estúpidas frases para justificar su falta de presencia, de constancia, o al menos de algún tipo de consideración. Se acordó de "Bette Davis en el cuarto de baño". Entendió el odio de esa mujer, el asco que le producía ese hipócrita con el que se acostaba de vez en cuando. Se sintió igual, asqueada. 

Esta vez no se guardó ni un sólo insulto. No toleró ni una sola más de sus justificaciones imbéciles y cobardes. Se acordó de todas y cada una de las veces en que él la había maltratado. El maltrato, pensó, no es solamente un golpe o un insulto. El maltrato solapado de un señor con modales de Lord es aún peor.

Se había depilado, ansiosa por la idea de pasar con él la noche y él, como tantas otras veces, sin otra explicación más que "estoy de mal humor" o "tengo un mal día" había cancelado el encuentro. No importaba cuántos arreglos hubiera hecho ella para verlo, ni sus ganas, ni su alegría con sólo pensar en pasar con él un rato. La enfermaba que sólo él le produjera esa alegría ridícula y patética. Él, una vez más, había cancelado el encuentro tan esperado por ella; sólo por ella evidentemente.

Él siempre elegía los momentos de acuerdo a su conveniencia o a su estado de ánimo. Jamás había conocido a alguien tan egoísta y sin embargo, se había adaptado a cumplir con esas normas que él proponía. El acuerdo siempre fue: mientras a él le venga bien, cuando a él le venga bien, pero él prefería usar el plural para asegurarse que todo fuera claro, consensuado y sobre todo "honesto".

Ella era tan culpable como él de esa relación enfermiza y desigual. Estaba enamorada de un sorete, y no tenía remedio. Tenía temor de perderlo, no se imaginaba la vida sin verlo más. Aceptaba todo, incluso lo inaceptable. Arrastraba su dignidad y su amor propio cada vez que él la llamaba. Ahí estaba siempre, y se odiaba por no poder poner un límite a sus canalladas.

Estaba ahí cada vez que él tenía la necesidad de tenerla. No importaba para qué: el sólo hecho de que él la necesitara la hacía sentir importante, la llenaba de esa patética felicidad que se esfumaría en cuestión de horas. Pero ella pensaba que valía la pena.

Él estaba triste y confiaba en ella. Le contaba sus miserias e incluso se lamentaba por sus amores fallidos. Y ella lo abrazaba, le secaba las lágrimas y le decía cuánto lo quería.

Él estaba caliente y con ganas de cogérsela. Y se acercaba como un animal en celo, tirando frases que sabía surtirían efecto en su presa. Y ella le dedicaba horas de su cuerpo.

Él estaba melancólico, extrañaba los momentos de intimidad que sólo se tienen con una compañera, eso que hace tanto tiempo él había perdido. Y entonces ahí estaba ella, para compartir unos mates y una película tonta un domingo por la tarde.

Él tenía fantasías inconfesables, fantasías que sólo se atrevía a contarle y a proponerle a ella. Y entonces ella inventaba una femme fatal que pudiera satisfacerlo.

Y aún así, cuando ella no era más que para él, y sentía que cobraba vida sólo cuando estaba con él, el muy hijo de puta se le sentó enfrente esa tarde y le dijo: - yo nunca me imaginé con vos, no en un noviazgo-.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensó en todas las maneras posibles en que podía ofenderlo y si podía, también lastimarlo, pero en ese momento no pudo. Aguantó, se subió al auto y lloró como una criatura. Sola.

Pasados los días, el asco y la ira seguían dándole vueltas por el cuerpo. Y como había hecho otras veces decidió soltar la furia, herirlo adrede, y usó todas las palabras que conocía para eso. Temeroso quizás de alguna reacción hierve-conejos al estilo Glenn Close en "Atracción Fatal", él optó por borrarla de su vida. Ella se sintió capaz de hervir un conejo y más, pero era más inofensiva de lo que parecía.

Dolía, sí que dolía. Recordaba cada palabra, cada minuto que le había dedicado, y su displicencia e indiferencia como toda respuesta. Y sentía que la bronca le subía por el cuerpo y le estallaba en la garganta y en los dedos. No podía dejar de llorar ni de escribirle mensajes espantosos, de los peores que había escrito en su vida. Y eso que había sido cruel más de una vez. Cuando la herían aullaba como una hiena, y sentía que era capaz de convertirse en alguna especie de monstruo incontrolable. ¿De dónde provenía todo aquello? Se habían escapado todos sus demonios, se había transformado en esa hiena aullando herida, sin consuelo, sin remedio. Sintió que lo odiaba.

Todo ese amor y esa incondicionalidad que le había dedicado durante años se transformaron en la verdadera imagen de este hombre egoísta, desconsoladamente solo e incapaz de amar a nadie. Realismo puro. Y entonces no hubo regreso.

Se alegró por fin de no tener que tolerar más justificaciones porque ya tenía todas las respuestas que necesitaba. Él no era ni más ni menos que un hijo de puta.


martes, 6 de agosto de 2013

Here, there...

Ahí está él, y él es presencia. Me despiertan sus mensajes y con ellos también me voy a dormir. Él está y me está esperando. Quiere verme, me piensa. Me lleno de recuerdos y lo extraño. ¿Qué es lo que me mantiene acá y no salgo a buscarlo? Empezamos una historia que podría haber sido amor, y mis miedos lo entorpecieron todo. Sin embargo él no se fue. De alguna forma sigue ahí, y me pide una palabra, una sola que le permita volver. ¿Podré dársela? La tengo guardada. Miro de nuevo la pantalla del teléfono y ahí está. Lleno de ternura, algo ingenuo, poniendo la distancia prudente para que no vuelva a lastimarlo, pero siempre con esas ganas que se tienen de querer cuando todavía se cree en algo. No esperes nada, me dice. A mí, que no hago otra cosa que esperar. El primer beso perfecto, y las caricias que tanto necesitaba. Me llenó de todo aquello que yo pedía, quería y no tenía. Me dijo "me encantás" mirándome mientras yo dormitaba a su lado acostada en una cama cualquiera. Y yo acá, escribiendo. En vez de salir a encontrarlo.