viernes, 1 de febrero de 2013

Carta a un hombre que no me quiere


Dicen que la forma en que una relación empieza determina las características de su desarrollo y hasta de su final. La nuestra no empezó bien, y teniendo en cuenta esto que dicen, era bastante improbable que en algún momento se corrigiera.

Hace ya suficientes años que nos conocemos, los suficientes como para darnos cuenta de quienes somos. Y a pesar de los intentos de no poner expectativas en esto, ambos lo hemos hecho de una u otra manera. Yo siempre esperé tener un lugar en tu vida. Un lugar que nunca quisiste o pudiste darme por las razones que sea. Ni siquiera puedo decir que seamos amigos. Somos apenas dos personas que sin ser “algo” hemos compartido más de lo que muchos siéndolo. Vos siempre esperaste que yo no te diera dolores de cabeza...

Sos consciente de que hice más de un intento por aceptar las reglas del juego, reglas que siempre pusiste vos y esperaste que yo entendiera además de aceptar sumisamente. “Vernos” debía significar no hacer pedidos, ni preguntas, ni reproches, ni reclamos. Siempre fuiste claro en eso, y por más crudo que fuera, era lo más honesto que podías darme. Porque hay algo que debo reconocerte: conmigo siempre fuiste ese que verdaderamente sos, sin caretas, sin tener que pretender otra cosa, ni sostener un personaje que no existe, ni tener esforzarte por complacer a nadie. Tu honestidad y tu transparencia fueron lo mejor y lo peor que recibí de vos. Porque yo siempre supe, desde el día que te conocí, que lo nuestro no iba a tener jamás evolución alguna. Esperar que la tuviera, o que la tenga, es mi peor error. 

Me diste miles de razones por las cuales no avanzar. Porque íbamos a arruinar lo que teníamos, porque por cosas tuyas y cosas mías jamás iba a funcionar, porque estabas bien solo, porque no querías tener que darle explicaciones a nadie, porque simplemente algunas relaciones no maduran, porque yo te encanto y la pasamos genial juntos pero… Lo cierto es que la razón principal es porque no querés. O quizás debería decir porque no me querés.

Así fue siempre… yo siempre supe, para qué negarlo. Sin embargo no querías perderme, decías. Estaba bueno tenerme cerca, por nuestras charlas, por la confianza, por la piel que teníamos, por nuestra “conexión” te gustaba decir. Ninguna mujer con algo de amor propio se hubiera enamorado de un canalla semejante, pero yo sí. Y yo tampoco quería perderte. Digamos que algo habrá tenido que ver lo del amor propio, pero principalmente me enamoré porque uno no elige a quien debe amar, simplemente lo ama. O quizás porque dentro de este marco de honestidad e intentos de aceptación de tus peores partes, descubrí también las mejores (no voy a quitarte méritos).

Aquel lugar que tuve cuando nos conocimos es un lugar al que no quiero volver jamás. Más de diez años después, qué clase de idiota sería si aceptara ser tu debilidad temporal entre intentos de amor con otras. Una que te quiere mucho, sin dudas, pero que no está siendo justa ni honesta consigo misma. Porque en ese lugar del que te hablo, hay una tonelada de esperanza de que en algún momento sea yo con la que elijas intentar algo real, algo parecido al amor. Algo que puede resultar muy bien o muy mal, pero que ante todo es algo real. Y de eso tengo ganas.  

Me equivoqué una vez más al pensar que podría tomarte con prudencia y distancia. No hay posibilidades de que me seas indiferente en esos lapsos en que no estamos juntos. No hay posibilidades de que no te espere ni te extrañe, y no hay posibilidades de que no te lo haga saber. No puedo tratarte como vos me tratás a mí, y esto lejos de ser un reclamo, es una realidad.

No vamos a saber nunca “que hubiera sido si” y voy a tener que lidiar con eso sin vos. Voy a quedarme con la sensación de que hubiéramos sido lindos, como te dije alguna vez, si solamente te hubieras animado. Aunque quizás eso sea sólo mi consuelo.