domingo, 9 de septiembre de 2012

Elegir



Cuántas elecciones hacemos a diario. Elecciones grandes y pequeñitas. Uno elige todo el tiempo, y a la vez, está rodeado de otros seres que eligen. Elijo donde estar y con quién. Elijo cómo estar. Elijo qué hacer y qué no. A veces elijo bien y otras veces no tanto. Pero cada elección me lleva a un lugar, a un estado, a una persona, a una realidad. 

A veces sólo quiero que alguien me elija entre otras cosas, entre otros seres, entre otros estados. Eso no ocurre siempre, y la no elección es también una elección, difícil de aceptar sobre todo porque es ajena. 

Aquello que dejamos a un lado, aquello que descartamos, aquello que no es lo que queremos ni lo que deseamos, aunque sólo sea en ese momento, nos conduce a ser un poco más o un poco menos quienes verdaderamente somos. 

Las elecciones se basan en el deseo, y no deberían (vaya paradoja) estar condicionadas por nada más que por él. Pero no siempre uno sigue su deseo al elegir, y se condiciona por la conveniencia, por el miedo, por el qué se yo. Meditar cada decisión contemplando las conveniencias e inconveniencias, ¿nos aleja de lo que deseamos? Las mejores elecciones se hacen sintiendo, no pensando. ¿O viceversa? 

Nadie tiene garantía sobre qué tan apropiada será su elección. Es probable que elijamos aquello que no nos convenga, y que aun así, se condiga con nuestro más profundo de deseo. 

Yo no sé muy bien por qué te elijo. Sólo sé que frente a las diferentes opciones, siempre se impone mi deseo de vos. Hay un millón de razones para dejar de elegirte, las tengo todas escritas en un papel y otras, en mi memoria. Sin embargo, si hoy me dieran a elegir, sé que no querría otra cosa más que tenerte conmigo.



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