viernes, 17 de febrero de 2012

Silencio Hospital (lo que nadie dice)



“Tener un hijo es lo peor del mundo” – pensó, sentada en la sala de espera del quirófano. Miró llorar a esa pareja, y sin saber por qué sintió esa solidaridad que uno descubre cuando es padre. Sintió el nudo en la garganta y puteó para sus adentros. Miró al otro que estaba sentado justo frente a ella, y lo encontró tratando de disimular sus ojos enrojecidos. Todos sin hablarse decían lo mismo, se comprendían, se acompañaban. 

Nunca imaginó el dolor que iba a sentir al firmar ese contrato con la vida, ese que nunca caduca ni expira, ni es rescindible. Sentía muchas veces que había parido ni más ni menos que una eterna dependencia. Sentía que sin querer, había aceptado transitar nuevamente los caminos impensados e irrepetibles de la infancia, pero desde su lado más oscuro. Repasó mentalmente una cantidad de situaciones a las que ya se había acostumbrado. Ver sus ojos cerrarse cada noche, y acercarse de madrugada a ver si respiraba… Ese maldito temor a perderlo, ese amor enloquecido y frenético. Ese puñal tierno clavado en el pecho y vivir desangrándose de amor, dulcemente. Cada línea de fiebre en el termómetro le pareció un castigo injusto, y los ahogos y los chichones, y cada llanto nocturno que le quitaba horas de descanso…

Abrieron la puerta y saltó en la silla. “Todo salió bien” – le dijo el médico, todavía detrás del barbijo. Después de eso, sólo sintió el mareo y la necesidad de abrazarlo tan pronto como fuera posible.

Media hora más tarde, envuelto en una horrible sábana verde él la miraba con los ojos achinados, estiraba sus brazos y le decía “mamá”.

“Tener un hijo es lo mejor del mundo” – pensó, mientras él apoyaba la cabeza vendada sobre su pecho, y se disponía a amarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario