sábado, 14 de abril de 2012

Ellas



A ella le gusta todo lo que él escribe en Facebook. Es una obsecuente sexual, pienso yo sin saber muy bien qué quiero decir con eso. No me vas a decir que es necesario darle “me gusta” a cada cosa que él postea, ¡por favor! Me inunda la ira cibernética. Escupiría el monitor cada vez que veo su nombre debajo de sus estados, que de hecho no son estados, porque él nunca habla de sus estados. Tiene un grave problema para expresarse, pero él no es el tema. El tema son ellas. Ahí está ella toda rubia, bronceada y sonriente haciendo alguna acotación innecesaria. Ella es del grupo de las doradas, bañadas en sol y decolorante. Brillan en la oscuridad, sonríen ausentes, hacen girar cabezas adonde sea que entren. Y ella es de esas, de las que quitan el aliento, de las que paran el tráfico. Me brotan los celos, me carcome la envidia, y puteo ya no tanto por sus comentarios imposibles de leer, sino por su pelo rubio, largo, y sobre todo ajeno. Y él le da un “me gusta” a su foto, esa en la que el mechón le tapa un poco el ojo izquierdo, y se ven sus dientes blancos sobresalir en su cara dorada, y un cinturón de cuero le dibuja la cintura mínima. A él siempre le gustaron esas. Entonces me doy cuenta que no, no es sólo ella. Hay otra: esta es morocha, de rulos largos, sin una gota de maquillaje, natural… perfecta. Y detrás un paisaje, también perfecto. Parece que le hubieran prendido el ventilador de frente, porque en la foto sus rulos se elevan apenas, y ella parece de otro planeta. Flota. A él le gusta que flote. Se tomó el tiempo de elegir esa foto y dedicarle un piropo silencioso… un “me gusta”. ¡Arrrrggghh! Apagá el ventilador, sacale la escenografía y es igual a cualquiera que se sube al 86 a las cuatro de la tarde en Mataderos, pienso. Mientras me mira desde ahí esa otra, la aventurera con cara de nada, la que enfundada en su traje de buzo saluda a cámara, la que habla con la “ll” y la ye suavecitas, y a la que todo le parece “lindísimo”. Cara de nada. ¡Pero a él también le gusta! ¡Le gusta cara de nada! En un ataque de locura elijo mis mejores cincuenta y pico de fotos. Las subo todas una tarde hasta tener la mejor versión de mí misma que nadie alguna vez conoció. En algunas sonrío franca, abierta, generosamente. En otras miro para otro lado, displicente a propósito. Mi pelo vuela en algunas también y la escenografía colabora. En otras hasta me veo algo dorada, no tan rubia, pero brillo en la oscuridad. La mejor versión de mí misma. Lo llamo por teléfono, pronunciando la “ll” y la ye suavecitas, y le digo que el día está "lindísimo" para hacer algo. Él dice estar ocupado. Ay… dolor, dolor, dolor… Con el ego herido de muerte pero sin que se note, sonrío y le digo que no hay drama, que otro día, que me avise cuando él pueda. Y vuelvo a mi álbum de fotos perfectas y las repaso y todas se ven algo borrosas. Qué pelotuda, ¿por qué lloro? Ah, sí... Porque yo me pondría un “me gusta” en cada una de ellas, pero sólo quiero que a él le gusten inconteniblemente y él ni siquiera las mira. Sé que no me mira. Ni vuelve a llamar, ni le gustan mis fotos, ni le interesan mis estados, ni nada. Quisiera gritarle que no desaparecí, que estoy por todos lados, que ignorarme no implica hacerme desaparecer, que acá estoy, que lo espero, que me dijo que… Las miro de nuevo. Son ellas, pienso. Ellas; todas son una mejor versión de mí. Y a él le gustan ellas, todas. Y yo soy una sola y no puedo contra ellas.

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