martes, 15 de julio de 2014

La Negra y yo

La primera vez que nos vimos teníamos cinco años. Todavía estaba oscuro. Vivíamos lejos del colegio y éramos de las primeras que el micro pasaba a buscar. Había un asiento libre al lado de ella, y me invitó a sentarme. Después la recuerdo con la oreja pegada a la pared del micro, sonriendo como si hubiera descubierto algo asombroso. No sé bien qué me dijo, pero la imité, e imitarla se transformó en una conducta que repetía casi sin discernimiento. Desde ese día, viajamos siempre juntas, a la ida y a la vuelta.

Durante los años siguientes fuimos inseparables, a pesar los muchos intentos por separarnos de padres y maestros. A los cinco años yo ya era una nena con un carácter bien definido. Tenía bien claro lo que debía y no debía hacer y me esforzaba por cumplir con eso. Pero Mariana me desafiaba permanentemente a traspasar mis propios límites, los límites que mi mamá trabajaba por establecer claros e inflexibles. Mariana se le representó a mamá por esos años como su peor enemiga.

La mayor parte de mis recuerdos de aquella época la involucran. Desde robarnos los materiales que más nos gustaban de la sala del jardín de infantes, o besarnos con un varón en la biblioteca, hasta bajarnos las bombachas y ver qué era lo que había debajo; todas esas escenas de mi infancia incluyen a La Negra. 

La Negra, así empezamos a llamarla cuando ya fuimos adolescentes, cargaba con una historia que ninguno de nosotros conocería hasta muchos años después. Yo me acordaba mucho de su hermana. Cuando La Negra y yo nos metíamos en algún problema, y por supuesto nos peleábamos para evadir las culpas, recuerdo que su hermana mayor aparecía para defenderla con uñas y dientes. Ella era trece años mayor que nosotras y yo pensaba que no debía meterse en lo que nosotras podríamos resolver en apenas cuestión de horas. Pero Patricia, que era temible, cumplía a veces el rol de su mamá y otras, el de su hermana mayor. 

Alguien me contó muchos años después, que se había cruzado con La Negra en el subte. Y que a las apuradas y en una situación bastante extraña, ella había le contado su historia en el transcurso de tres estaciones del subte B. Resulta que Patricia, su hermana, era de hecho su mamá. Y había otros detalles que no recuerdo bien. Sólo recuerdo que entendí poco y me sorprendí mucho. La historia me resultó inverosímil, y pensé que quizás Mariana se había vuelto loca o que había inventado todo para reírse de nosotros. Era posible... Era algo bastante propio de La Negra. Después de eso ya no pensé más en ella ni en su historia... al fin de cuentas, Mariana era sólo un recuerdo de mi infancia.

Mucho tiempo después, a los pocos meses de que naciera mi primer hijo, entré a un local de ropa a buscar algo que pudiera usar post maternidad. Era una tarea difícil y me tenía malhumorada. Me miraba en el espejo y pensaba que nunca más iba a poder usar algo decente. Abrí la puerta del probador con furia, y ahí me la encontré. Con su beba en brazos ella salía del probador de al lado. Apenas la vi, volví a acordarme de todas las cosas que hacíamos de chicas, de nuestras peleas, de la Negra chiquita y desafiante que me llevaba de las pestañas para donde quería. Tuve la sensación de estar frente a alguien muy querido, y a la vez, desconocido. Esta mujer parada enfrente mío, con una beba de la edad de mi hijo, que trataba de calzarse un jean en el probador de al lado hacía unos minutos, no era la misma chiquita que conocí en el micro camino a la escuela. ¿O acaso lo era?

Gracias a Facebook, una tarde la Negra y yo nos volvimos a juntar. Y conversamos como quienes han sido amigas de toda la vida, aún cuando hacía más de veinte años que no nos veíamos. Hablamos sobre nuestros hijos, nuestros hombres, nuestras madres, y hasta de nuestras psicólogas. Hablamos de nuestro viaje por la vida. Y yo descubrí en ese reencuentro que aunque por caminos muy distintos, ambas habíamos llegado a un lugar similar, un lugar que no era el de mujer o madre, un lugar que todavía no logro definir.

Hoy para mí La Negra es un recuerdo entrañable, un presente distinto, una amiga querida. Y vos sabés, Negra, que aunque pasen otros veinte años aquí estaré siempre, para acompañarte en tu viaje igual que el primer día, al lado tuyo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario