domingo, 30 de octubre de 2011

Dulce Noviembre



Hace algunos días miraba una de esas películas que me disgusta mirar pero que no puedo evitar ver: Dulce Noviembre.

El supuesto "gancho" de la película es el de la chica enferma, Sara (Charlize Theron) que sabe que va a morir y ha decidido disfrutar de los últimos momentos de su vida de la mejor manera posible. Esto sería haciendo caso omiso a indicaciones médicas y familiares, despojándose de lo material y revalorizando las pequeñas cosas de la vida. 

Todo esto me resultó bastante poco atractivo, un innecesario lugar común al que permanente acude Hollywood en sus mil versiones de comedia romántica con tinte dramático. Pero lo que me llamó un poco la atención es que parte de ese plan era el de pasar cada uno de los meses que le quedara de vida con un hombre diferente al que llamaría, justamente, de acuerdo al mes en curso.

Así llega a su vida Noviembre, que no es otro que Keanu Reeves personificando a un joven profesional exitoso, algo hosco y antipático por cierto. La cuestión es que Sara le propone a él también despojarse de sus obligaciones, y dedicarle a ella y solamente a ella el mes de Noviembre.

Más allá de los detalles que no vale la pena mencionar, la película me aburría bastante, así que comencé a seguir el flujo de mis pensamientos. Este ejercicio aprendido en innumerables sesiones de terapia conocido como "asociación libre", me llevó a pensarme en una relación con estas características pero obviando el detalle de la enfermedad terminal. Sería de mal gusto hasta para mis fantasías.

Imaginé entonces que me paraba frente a algún fulano que por algún motivo me resultara atractivo y le proponía que tuviéramos una relación de un mes, bajo la única condición de que ambos tengamos disponibilidad absoluta, siempre y cuando sea SOLO por el lapso de un mes.

En la película la protagonista se está muriendo así que el final de la relación está garantizado y el devenir de la misma no nos preocupa en absoluto. Pero en mi hipótesis ni yo ni el fulano de turno nos moríamos. Así que me resultó algo inevitable preguntarme qué pasaría. ¿Qué pasaría si fuéramos capaces de iniciar una relación con total compromiso y devoción, pero sabiendo a ciencia cierta que solo durará un tiempo previamente determinado? ¿Acaso nos facilitaría la manera de relacionarnos? ¿Nos garantizaría quizás el éxito de la misma o por el contrario, nos precipitaría al fracaso?

En tiempos en que parece tan difícil poder lograr un vínculo real, donde hay tanto temor a perder la libertad y miedo al compromiso, repensar la manera de relacionarse es otro ejercicio interesante. Imponerse un límite concreto al iniciar una relación, en este caso de tiempo, podría ser quizás una manera inteligente de preservarse. Pero, ¿es realmente posible?

Volvamos a la teoría. ¿Qué pasaría entonces cuando ese tiempo termina? Bueno, ya descartamos la posibilidad de la muerte lo cual me parece bastante sano porque no todas las relaciones deben terminar en eso. Así que otra de las opciones posibles sería que finalizado el tiempo de “contrato” cada cual siguiera por su lado. Al mejor estilo si te he visto no me acuerdo, pero habiendo pasado por una intensa y seguramente extraordinaria experiencia (y cuando digo extraordinaria lo hago en el sentido más estricto de la palabra).

La sola idea de tener fecha de entrada y salida de una relación me resulta bastante atractiva. Es como planear unas vacaciones. Cuando uno está de vacaciones hace lo que le da la gana. Se tiene cierta impunidad que le permite a uno vestirse como quiere, ir adonde quiere, comer lo que quiere, dormir donde quiere … siempre y cuando sea en el lugar elegido para vacacionar y por el tiempo que duren las vacaciones, claro. Pues bien, la teoría del Dulce Noviembre se parece bastante a unas lindas vacaciones.

El problema es que a casi todas las personas que conozco les encantaría vivir de vacaciones, incluso a mí, por lo tanto cuál sería la razón por la cual terminarlas pudiendo continuarlas. Inmediatamente después de pensar esto, caí en la cuenta de que en este caso no terminarían, sino que solamente cambiaría el escenario. ¡Perfecto!

A medida que avanzaba en mis suposiciones, más me gustaba esta idea de cambiar cada mes de personaje para vivir una experiencia emocionalmente intensa y bien delimitada y de este modo paliar la soledad. Y la analogía con las vacaciones calzaba a la perfección con casi todo el razonamiento. Un mes era el tiempo ideal para quedarse, conocer, recorrer, elegir los lugares preferidos, y partir. Para luego llegar a un nuevo lugar, y repetir la placentera experiencia.

El tema es que aún no sé si somos capaces de encariñarnos con las cosas y despedirnos con tanta facilidad. Porque la realidad es que muy a pesar nuestro somos seres afectivos, que nos encariñamos con las personas, los lugares y las cosas. Y así como existe una remota posibilidad de que uno quiera quedarse a vivir en ese paradisíaco lugar que nos maravilla durante los primeros días de vacaciones, también existe la remota posibilidad de que en un eventual compañero encontremos a un compañero de vida.

Quizás las relaciones no debieran durar más de lo que duran unas vacaciones. Sabemos que 15 días de vacaciones al año no son suficientes pero que al menos consuelan, como también sabemos que a medida que el tiempo pasa uno necesita quedarse cada vez más tiempo en algún lugar que nos llene de placer, porque con paliar la soledad no alcanza.

Porque en la búsqueda que iniciamos a través de los lugares y las personas, lo que en realidad estamos queriendo es encontrar uno donde quedarnos. Uno donde poder descansar, que no necesariamente nos fascine, pero que sí nos resulte lo suficientemente atractivo como para querer quedarnos. Durante un mes, o para toda la vida.

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