lunes, 22 de julio de 2013

Ciegamente


La confianza es un aspecto del amor.
Si lees esto, entrégate de manera total.
Si te entregas a medias, no lo llames amor, llámalo entretenimiento.
Te expondrás al peligro, sí, pero también a la verdad y la magia.
Y es un vértigo por el que vale la pena arriesgarse.

Alejandro Cossavella


Un día cerrás los ojos y te lanzás al vacío. No sabés de dónde sacaste el coraje, pero te sentís inmortal. Y saltás. Hablo de ese amor maníaco, enloquecido. No hay forma, si no, de hacer una cosa semejante. Sólo estar atravesando un preocupante estado de exaltación absoluta de los sentidos y el juicio. ¿Eso buscamos cuando decimos "me quiero enamorar"? 


Yo prefiero pensar en algo un poco menos trágico, porque convengamos, la caída suele ser trágica en la mayoría de los casos. Y el final, anunciado.

Amar ciegamente es amar sin ver al otro, literalmente. Es acaso encandilarse con su belleza, con sus más notorias virtudes, que quizás no sean las más notables. Es no ver lo que no se quiere ver. Es vivir en una fantasía donde acaso todo es perfecto sin serlo. Atravesar los días así, intoxicado por un ideal que nos permite creer que todo es posible, al menos por un tiempo. Para luego caer en la cuenta de que nada es lo que parece, y pensar seriamente en la posibilidad de desaparecer. 

Yo prefiero verte, con todas esas espantosas partes tuyas que te hacen tan único, tan para mí. Quiero mirarte y saber quién sos, pero sobre todo, saber quién soy yo. No hay forma en que puedas perderte si amás mirando, porque no hay engaños, no hay pareceres. Sólo una realidad que te acerca a lo más genuino de tu ser y al del ser que estás mirando. 

Yo prefiero entregarme, así como me ves, con mis libertades condicionales. Que sepas dónde estoy aún sin saberlo, porque el sentido de pertenencia no genera más que una dependencia extrema de un montón de explicaciones innecesarias, incómodas y paranoides. Y vos no las necesitás para saber que soy tuya, hasta el último rincón de mi ser. 

Te quiero amar libremente, y alegremente. Repararte, aunque no tengas arreglo, o ayudarte a juntar tus pedacitos. Quiero devolverte la sonrisa, esa que te queda tan bien, y secarte las lágrimas todas las veces que sea necesario. 

Yo prefiero que seamos a que parezcamos. Que nos tengamos en vez de escasearnos. Hace tiempo soñé que íbamos volver a encontrarnos, y así fue. Porque así es siempre. Inevitable, con toda su fuerza, con toda su intensidad, con toda su verdad. 

Si arriesgamos tanto por una mentira, ¿por qué no atreverse a entregarse por algo de verdad? Y la verdad es, querido, que podemos seguir jugando al desencuentro, pero que no hay nadie más cerca de poder vivir un amor de esos que no matan ni mueren, como nosotros dos. Uno de esos que te tienen el alma contenta, nada más y nada menos. 

Sólo hay que atreverse, y confiar. Ciegamente. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario