miércoles, 7 de septiembre de 2011

Atemporal



Así ocurre cada vez. El tiempo en medio, sin medida. Luego, el encuentro. Pensado, deseado, imaginado. Como si fuera el primero y también el último. Tiran frases al vacío y se acercan, se tocan, se sienten. La realidad desaperece por algunas horas. Cierran los ojos y se escuchan, se dejan llevar por la oscuridad. Latente esa necesidad de afecto que se dibuja en cada gesto. Cuando las manos le recorren la espalda, cuando enreda los dedos en su pelo, cuando por fin suelta las palabras que estuvo guardando celosamente. La calidez de lo conocido los acerca. La complicidad entre dos que no se entregan del todo, ni se pertencen. Los asalta el miedo a quedarse ahí más de lo debido. Ahí, que es donde más les gusta estar y donde menos se encuentran. Donde son ellos mismos. La sensación es la de perderse en un mundo paralelo durante el tiempo que puedan. Nunca saben cuánto. No quieren que termine pero se apuran por irse. Le pide no te pierdas, le dice nunca lo hago. Tiempo fuera.


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