jueves, 1 de septiembre de 2011

Sobre la empatía y el Ibuprofeno



¿Existe acaso algo más desesperanzador que la indiferencia?

Ante la puteada, uno tiene opción de responder con otra puteada. Ante el  halago, de ruborizarse y hasta de aceptarlo. Ante la crítica, de una nueva puteada para luego recapacitar y corregirse si se tuviera la oportunidad. Pero ante la indiferencia... ¿qué se hace?

La indiferencia, sobre todo luego de haberse expuesto, puede resultar una daga que se hinca muy hondo en el orgullo y en el amor propio. Y cuando hablo de indiferencia, hablo de eso de gritar dentro de una cueva y que no haya eco. Eso de tirar una piedrita al agua calma y que  la interrupción de dicha calma no dibuje círculos concéntricos. Eso es exasperante... y antinatural.

Quien no es capaz de acusar recibo de un gesto o de un sentimiento, por menos correspondido o comprendido que el mismo sea, me quita completamente la fe en el ser humano y su naturaleza. Me resulta incomprensible que un alma se mantenga impertérrita cuando otra alma se estremece cerca.

Pero cada vez más descubro, no sin un profundo desconsuelo, que hay quienes prefieren transitar por la vida desoyendo todo aquello que les resulte ajeno, porque la sensibilidad y la empatía duelen y nadie quiere que le duela nada, sobre todo cuando el dolor no se va con Ibuprofeno.



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