lunes, 19 de septiembre de 2011

Dolor



Conozco la sensación. Me juego algunos trucos y la disfrazo casi siempre, pero termino reconociéndola. Amo sentirla, como deben sentir los peces el anzuelo clavado en su boca. Casi siempre mezclada con la dulzura. La cercanía del final. La falsa agonía reiterada, porque nunca se acaba realmente sino que se repite hasta el hartazgo. Sin embargo...

Hay dolores que se apersonan y al principio son gigantes y avasalladores. Parece que fueran a quedarse ahí para siempre. Después (no sé bien cómo) se van haciendo chiquititos e incomprensibles. Se quedan agazapados en algún sitio no muy visible, y se dejan reemplazar por otras dulzuras y otras agonías.

Un buen día vuelven a cobrar fuerza, o a creer que la cobran, y empiezan a asomarse torpemente. Pero son ingenuos: ya no se sienten igual. Ni la sorpresa del golpe certero, ni la herida fresca que llega para  instalarse en el cuerpo, ni el llanto brotando por cada poro, no... Ya no más.

En su lugar, la tibia y sosa incomodidad de algún recuerdo. Y la falaz satisfacción de haber vuelto a sentirse bien, de haberlo dejado atrás, de saber que ya nada nunca volverá a doler igual.

Pero en el fondo, allá donde aún queda esperanza, ilusión y la cálida y penosa alegría temporal, allá es donde más desprotegidos quedamos para ser atacados nuevamente por él. Dolor.



 


2 comentarios:

  1. Recaídas con doble tirabuzón.
    El dolor nos señala que seguimos vivos..
    ,-)

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  2. Vivitos y coleando, cual peces... ¿o pescados?

    Gracias por pasar, Ana :)

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